lunes, 15 de enero de 2024

La Calle de la Amargura.

 El “cine de luchadores” consta en su mayoría de películas de “serie B” que no tenían mayor pretensión que la de entretener y que por lo tanto no sobresalen por su calidad, ni por su propuesta. Por el contrario, la mayoría de películas que en sus tramas involucran a elementos de lucha libre son tildadas de malas a muy malas. De hecho, las propuestas fílmicas que mayor grado de aceptación han obtenido de parte de la comunidad cinematográfica no emplean a la lucha libre como el tema principal de sus tramas sino apenas como una referencia e incluso como un elemento prescindible en sus obras. Tal es el caso de “Santa Sangre” de Alejandro Jodorowsky por dar un ejemplo. ¿En qué lugar se sitúa La Calle de la Amargura de Arturo Ripstein? Aquí se los digo.

El tema principal de “La Calle de la Amargura” no es la lucha libre, de hecho, “La Akita” y “La Muerte Chiquita” no son sus personajes principales sino un par de seniles prostitutas. La trama se encuentra inspirada en el atraco que dos sexoservidoras perpetraron bajo el “modus operandi” de “las goteras” y que derivó en el homicidio de los luchadores “La Parkita” y “El Espectrito” el 30 de junio del 2009 en la Ciudad de México.

En su momento, la noticia conmocionó a México no tanto por el homicidio en sí sino por el surrealismo involuntario del mismo: Dos hermanos gemelos con enanismo y que trabajan como luchadores profesionales son asesinados en un hotel de mala muerte por un par de putas octogenarias con facha de travestís, luego de haber sido inducidos al sueño con un cóctel de bebidas alcohólicas mezcladas con gotas oftálmicas. Una historia que de haber sido redactada como un guion seguramente hubiera sido rechazado por su latente mal gusto e inverosimilitud.

Mi mayor objeción hacia “La Calle de la Amargura” es precisamente que la verdadera historia supera a cualquier ficción. Su naturaleza rocambolesca fue tal que incluso derivó en que un doble homicidio fuera tomado a broma por la sociedad mexicana. Ripstein, sabedor de lo anterior, además de imprimir su sello característico a la historia, saturó a la misma de elementos grotescos que vuelven imposible empatizar con alguno de sus personajes.

Quién se encuentre familiarizado con la obra fílmica de Arturo Ripstein encontrará en “La Calle de La Amargura” a un discurso redundante, agotado y poco eficaz en relación a sus anteriores películas. La idea de presentar a “La Pobreza” como el villano principal y justificante incuestionable de la miseria humana es al mismo tiempo tanto cursi como grotesca. A mayor miseria, mayor vileza parece concluir Ripstein con cierto aire de condescendencia hacia unos pobres a quienes estima libres de culpa e incapaces de evitar la ruindad a la que la pobreza les impele. Una pretendida visión condescendiente que termina siendo clasista de a madres.

Por el contrario, quien no se encuentre familiarizado con Ripstein verá en esta película todas las virtudes que se le reconocieron al cineasta durante sus años dorados como director.

Quién sea admirador del cine de luchadores encontrará un aporte refrescante “al género” dado que con esta obra “El cine del Santo” queda completamente desacralizado para presentar al espectador la obra más cruda de la que se tenga registro. 

Por cuanto hace a la lucha libre se nos presenta la convivencia de los liliputienses con su familia, sus sesiones de entrenamiento y una interacción en vestidores con los dos luchadores “normales” de quienes son su “reflejo” (nombre usado para evitar el uso del término “mini”). Desde el punto de vista que nos atañe esta última escena es la que mayor valor tiene para nuestro deporte-espectáculo dado el tono crudo y, hay que decirlo, realista de la conversación entre estos cuatro personajes.

La película tiene detalles en donde cuesta reconocer si estamos ante una crítica social, una parodia o una abierta mofa a los jodidos. Por ejemplo, el recurso de perpetuar la idea de que los luchadores usan la máscara hasta para ir al baño más que la representación de una popular pero inexistente práctica más bien parece una burla a dicha creencia. Otro ejemplo es el funeral de los luchadores dado que se recrean varios elementos ocurridos en la vida real pero se muestran de tal forma que da la impresión de que Ripstein ridiculiza al mismo y, de hecho, la escena en donde Sylvia Pasquel sostiene las máscaras de “La Muerte Chiquita” y “El Akita” tal y como lo hizo la verdadera madre de los luchadores, me hace pensar que buena parte del fracaso del discurso expiatorio de “La Calle de la Amargura” radica en que su propio director ya no estaba tan convencido del mismo o que de plano había perdido el toque para plantear su punto.

Como película de Arturo Ripstein "La Calle de la Amargura" dista de ser una de las mejores obras del director pero como parte del "cine de luchadores" es una de las mejores y más artísticas películas del "género".  
 
Para la trivia:
 
El diseño de "La Muerte Chiquita" está basado en el del luchador Mephisto.

El actor César Bono prestó su voz para "La Akita".