jueves, 21 de julio de 2022

A tres años de distancia: Las gestiones de Sofía Alonso y Salvador Lutteroth Lomelí.

El pasado seis de julio del dos mil veintidós se cumplieron tres años del deceso de Francisco Alonso Lutteroth, uno de los dirigentes colíseinos que ocupó durante más tiempo la presidencia de la empresa que hoy conocemos como PROMECOR y también uno de los más brillantes promotores de lucha libre en toda la historia de nuestro país. ¿Qué ha pasado después de su ausencia?, ¿Qué ocurrió durante sus últimos años al frente del CMLL? En esta ocasión emitiré por primera y única vez mi opinión al respecto.

Para referirme a ambas etapas y realizar el retrato más justo posible considero necesario mencionar a dos personalidades que, en búsqueda del mismo objetivo pero influenciados por sus respectivas circunstancias, tomaron decisiones diametralmente opuestas durante su manejo de PROMECOR: Sofía Alonso y Salvador Lutteroth Lomelí.

Las comparaciones son odiosas pero necesarias así que, estableciendo un antes y después de la muerte de Paco Alonso que comprende exactamente tres años antes y después de ocurrida la misma, haré un comparativo en varios puntos que considero clave. Por supuesto que este ejercicio no toma en cuenta los veredictos emitidos por esa suerte de jurado popular que son los foristas de diversas redes sociales y que han sido divulgados a lo largo de estos años. No lo hago porque estos emiten sus opiniones sin fundamento y consisten en incongruencias tales como, en su momento, haber despedazado a una gestión en redes sociales para después referirse a ella como la mejor de todas las presidencias que ha tenido PROMECOR. Pros y contras, nada más.
 
Los Perfiles.
 
Las diferencias entre Sofía Alonso y Lutteroth Lomelí empiezan desde sus perfiles. Entre ellos hay décadas de diferencia en sus edades y ello implica concepciones del mundo completamente opuestas, aunque, a pesar de que la palabra “cambio” me parece fundamental para ambos, ninguno de los dos me parece un revolucionario.

En ambos casos su edad es un atractivo, la jovial Alonso era una imagen fresca dentro de una empresa longeva en tiempos de rupturas de moldes mientras que, Lutteroth Lomelí, proyecta una paternal pero recia figura de autoridad en tiempos en donde los ratones ya le habían puesto el cascabel al gato.

La primera, más propensa a los liderazgos alternos y poco creyente de las tradicionales figuras de autoridad -facultades punitivas incluidas-, partidaria de un mundo sin fronteras e igualitario. El segundo, partidario del orden y nostálgico de los viejos e idealizados tiempos.

Me gustan ambos pero aún queriendo entender las razones por lo que lo hizo, la realidad es que con su gusto por los reflectores Alonso rompió una regla que había sido respetada tanto por su bisabuelo como su padre; dejarle los reflectores a los luchadores. Esta filosofía no era gratuita sino pensada para evitar lo que finalmente pasó; que la ausencia de un carismático directivo se tradujera en una crisis de imagen.

Decir que la estrella son los luchadores es decir que la estrella es el sistema.

La Disciplina.
 
A mi entender, el punto más débil de Alonso. Durante los tres años previos a la muerte de Paco Alonso proliferaron desagradables críticas de parte de los luchadores hacia sus compañeros de elenco e incluso hacia sus propios jefes. Los propios espacios del CMLL semana a semana eran amplificadores del hastío de un grupo de luchadores. Lo peor del caso es que daba la impresión de que entre más quejas realizaban, mejor trato recibían.

Los indys que contrataron solían hablar pestes del CMLL incluso minutos después de concluida su participación pero aún así volvían a ser invitados. Algunos colíseinos agendaban fechas en Estados Unidos a sabiendas de que estaban programados en México y ante la ausencia de sanciones lo hacían una y otra vez.

De las declaraciones se pasaron a los hechos y estas actitudes desafiantes terminaron por perjudicar al espectáculo e incluso a las tradiciones del CMLL. Por ejemplo, Matt Taven se negó a ser rapado en su totalidad y, un año después, Rush seguía menospreciando colegas y exigiendo el match con Adolfo Tapia -a sabiendas de que jurídicamente era imposible de llevarse a cabo-. La indisciplina llegó a tal nivel que incluso alguien llegó a pedir un puesto en programación. ¿Lo peor del caso? Que consideraron tal desvarío.

La típica renuencia “millenial” al uso de la represión y a ejercer como una figura tradicional de autoridad fueron el caldo de cultivo para esta indisciplina. Ahora bien, también debo de subrayar que es innegable que hubo cierto tufo a misoginia.

Llegó Lutteroth Lomelí y el gato se quitó el cascabel. La reacción de los roedores fue furibunda pero tras una necesaria purga, finalmente, la disciplina se restauró y es ahora un pilar de los nuevos proyectos.

La Piedra Angular.
 
En lo personal es aquí en dónde radica la mayor diferencia entre los dos y en dónde mejor se pueden apreciar sus respectivas personalidades. Fiel a sus creencias, Alonso abrió las fronteras del CMLL y situó la piedra angular en los luchadores independientes y en sus alianzas con pequeñas promociones. Lutteroth Lomelí, en cambio, la situó en sus propias escuelas y las alianzas las construyó entre éstas.

La administración de Alonso no solo recurrió a afamados luchadores independientes cuyas edades oscilaban entre los 45 y 53 años sino que además, con tal de darle gusto a uno de estos, le abrió la puertas a dos juniors cuyo único mérito es ser sus hijos. Bajo su mando se pensó en dos aniversarios puestos a modo para los independientes.

Su presencia fue novedosa pero no innovadora. Si bien es cierto fueron del gusto de un sector del público y de que representaban un cambio, no menos cierto es que eran un cambio de piezas gastadas por otras igual de oxidadas.
 
La ausencia de disciplina derivó en que estos elementos hicieran lo que quisieran porque muy pronto se dieron cuenta de que ni siquiera tenían que dar buenas luchas para subir sus bonos. Si tenían una buena función se atribuían todo el éxito del evento, por el contrario, si tenían una mala noche se excusaban diciendo que habían sido bloqueados por el CMLL. Las consecuencias de esto las seguimos viviendo a más de tres años de distancia.
Ahora bien, es innegable que mucha gente recuerda con nostalgia estos tiempos, sin embargo, debo de tildar a los mismos como una misión fallida por una razón muy sencilla: Si el objetivo de la presencia de estos luchadores era atraer a nuevas audiencias para el CMLL no se cumplió con tal, al contrario, se dio pie para la creación del más radical grupo de “haters” que ha tenido la empresa.

¿Qué hay con Lutteroth Lomelí? Su perfil cayó como anillo al dedo a PROMECOR. Dio un necesario golpe de autoridad que sirvió para restaurar el orden y, a partir de ahí, volvió el respeto entre colegas, la camaradería y la identidad grupal. A raíz de una actitud que los aludidos llegaron a ver como autoritaria, se abrió el camino para ver lo que hoy día estamos presenciando.

En la propia historia del CMLL, pionera en cuestión de modalidades y formatos, se encontró la clave para renovar su elenco y propuesta sin traicionar a su identidad.

La renovación se dio en todas las categorías y hasta en el cuerpo de referís. Se reactivaron las escuelas colíseinas, se renovaron divisiones en estado de coma tales como la de Los Pequeños Estrellas y se resucitaron algunas como la de los pesos ligeros. En la restauración del pasado se gestó la renovación del elenco y sus formatos.

Varios de estos luchadores llevaban años en el CMLL pero no fue sino hasta ahora que encontraron su momento de brillar. La camaradería entre miembros del elenco dio pie a la creación del mayor número de conceptos en décadas y fortaleció los lazos entre las distintas categorías. Esto no hubiera sido posible en un entorno en donde las estrellas despreciaban a sus colegas y pedían no ser programados contra ellos y, por el contrario, exigían “mayores retos” -refiriéndose a sus amigos independientes-.

Al final, la renovación vino de la restauración del CMLL y no de la mano de forasteros.

Ambos proyectos tuvieron pros y contras, el de Alonso tuvo una envoltura más atractiva y sus resultados fueron inmediatos, mientras que apreciar el proyecto de Lomelí es un gusto adquirido y cuyos resultados son menos mediáticos pero más trascendentales en el tiempo (aún encontrándose en plena pandemia, hay promedios de asistencia que son superiores a sus símiles del 2017-2019)

No tengo dudas de que Sofía Alonso pudo haber sido una gran dirigente de haber advertido a tiempo las deficiencias de su proyecto, sin embargo, no tuvo la oportunidad de subsanarlas y ajustar su visión a modo de privilegiar a la historia y elenco del CMLL. No obstante lo anterior, lo verdaderamente destacable de su gestión fue poner la pauta de un trato más humano hacia el luchador pues sin su presencia me cuesta imaginar los avances en este rubro. De igual modo destaco la búsqueda de medios de difusión distintos a los convencionales así como algunas ideas que valdría la pena retomar tales como la elaboración de paquetes conmemorativos para los magnos eventos de PROMECOR. Queda como tarea pendiente para sus sucesores la de encontrar el punto medio entre la presencia de los independientes y el respeto hacia el elenco de casa. La herida fue de tal magnitud que aún sigue abierta.

A Lutteroth Lomelí le tocó navegar en tiempos turbulentos pero tuvo la ventaja de que su personalidad fuera un traje a la medida para el CMLL post Francisco Alonso. Todavía hay varias tareas pendientes y una de ellas, tal vez la más sensible de todas, es encontrar el punto medio entre las justas repercusiones a los actos de indisciplina y la construcción de puentes.

Ya son tres años del fallecimiento de Paco Alonso, tres largos años, y por ello creí que este era el momento ideal para poner los puntos sobre las íes.