martes, 23 de enero de 2024

Los Mediocres: Una revisión sobre la trayectoria de los programadores del CMLL y Tony Salazar.

Alrededor del departamento de programación del CMLL hay una afirmación que circula desde hace varios años y que es tan popular como errónea. La misma afirma categóricamente que “los programadores del CMLL fueron luchadores mediocres que jamás destacaron”. Quienes lo dicen lo hacen con la temeridad propia de la ignorancia. 

La afirmación que concretamente se refiere a José Luis Feliciano, Juan Manuel Mar al recién jubilado Franco Colombo e incluso a los instructores Tony Salazar y El Talismán, es completamente injusta. En honor a la verdad la popular afirmación podría ajustarse única y exclusivamente a “Pánico” dado que a pesar de que él fue un buen exponente de la prestigiosa dinastía Mar, lo cierto es que su anacrónico estilo de lucha no era atractivo, no obtuvo logros notables y que tampoco se distinguió por su carisma, ¿Pero el resto? 

Franco Colombo fue reconocido por Valente Pérez y Héctor Valero, dos de los principales periodistas de nuestra historia, como un luchador natural. De hecho, fue conocido como “el pequeño maestro” y sus habilidades en las bases de la lucha libre le merecieron el respeto del gremio. Sobre Colombo se cuentan historias sobre peleas extra ring en donde solía salir como el vencedor a pesar de haberse fajado con un luchador de mayor peso y estatura. Él llegó hasta donde su peso y estatura le permitieron llegar y para el tiempo en que le tocó luchar ese lugar era, sin excepción, las preliminares. No obstante lo anterior, fue un gladiador respetado por sus propios colegas y por eso no fue casual que incluso durante sus mocedades ya fungiera como instructor de luchadores consagrados. Las expectativas que derivaron de su innegable talento se situaron muy alto y no pudo satisfacerlas. De hecho, no fue gratuito que sus propios compañeros lo eligieran por aclamación para ocupar el cargo de programador dado el respeto que diversas tribus de luchadores sentían hacía él ¿Cuál mediocre? 

Feliciano tuvo una suerte similar y es que, a pesar de su calidad, el contexto de los tiempos en los que le tocó luchar durante su “prime” le tenía negado los sitios estelares. En efecto, durante sus mejores años la estructura de los carteles de lucha libre seguía la misma estructura de los de boxeo y en esos abrían los pesos livianos para que posteriormente cerraran los más pesados. No era una cuestión de calidad sino de usos y costumbres lo que a él y a varios de sus colegas le impidieron llegar al estelarismo. ¿Acaso diría usted que Lobo Rubio fue un luchador mediocre?, ¿Black Terry?, ¿Rocky Santana?, ¿Robin?, ¿Pequeño Solín?, ¿Dardo Aguilar? Solo El Hijo del Santo y su legendario personaje pudieron romper con el cerco. No se puede tildar a Feliciano como un luchador del montón. Desde joven fue un hombre creativo cuyas ideas gozaron de la aceptación del público y fue parte de una tercia que hizo época en la UWA. Ya en su madurez y tras una corta etapa como enmascarado que concluyó ante El Hijo del Santo, transitó del ring hacia el escritorio valiéndose de una creatividad que en varias ocasiones le dio éxitos al CMLL. 

 

El Talismán por su parte tuvo características muy similares a las de Franco Colombo aunque con un estilo de lucha menos “alegre” pero mucho más condecorado. Beristaín fue un luchador poco espectacular pero recio y con una capacidad técnica tan sobrada que le dio para ser uno de los elegidos a la hora de ablandar a los rijosos (Ciertamente una actividad no digna de presumirse pero que dice mucho de sus genuinas habilidades en combate). Lo que si es digno de presumirse es el hecho de que fue un multicampeón y que ganó campeonatos en cada categoría en la que militó, además, fue parte de conceptos que obtuvieron una buena aceptación de parte del público. Él pisó buenos sitios en carteleras, gozó de relativa buena fama durante sus dos facetas como enmascarado y logró varias buenas luchas en su historial así que, si no están dispuestos a decirle mediocre a varios de sus ídolos que son más frases que lucha libre, entonces no usen tal calificativo para referirse a Beristaín porque no se lo merece dado que su carrera se sitúa por arriba de ellos. 

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Finalmente, Tony Salazar. Estando en horas cruciales para conocer si es él quien será condecorado en “Homenaje a Dos Leyendas” toca el turno de hacerle justicia a su trayectoria. Obviamente Salazar no juega en la misma liga del Santo, Mil Máscaras o Blue Demon, jamás me atrevería a decir algo así. Tampoco lo hace en la del Villano III, Sangre Chicana y El Faraón y no está cerca del éxito de Cien Caras pero no mira muy de lejos a Lizmark, de hecho, tal vez le respira en la nuca. 

La afirmación con la que cierro el anterior párrafo le hará hacer muecas a varios, pero a ellos debo de recordarles aquello de que la verdad antes de hacernos libres, nos hace encabronar. Así como Lizmark se codeo y llegó a estar arriba de El Satánico, Atlantis, El Dandy, Xavier Cruz, Jerry Estrada y La Fiera, Tony Salazar lo estuvo del Perro Aguayo, Ringo Mendoza, Sangre Chicana y El Faraón –nada más-. Al igual que Lizmark llegó a ser el puntero de su “camada” pero eventualmente ambos no resistieron los embates y el ritmo de desarrollo de sus colegas ni el de la propia lucha libre y fueron quedándose peldaños abajo. 

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“El geniecillo azul”, el más estético y técnico de los luchadores aéreos de su época, vio en la televisión al detonante de nuevas estrellas que eventualmente lo superaron en popularidad y que acapararon las luchas de apuestas más emblemáticas de la época. Una sola de esas hubiera sido suficiente para volver a ponerlo en la disputa por los primeros lugares e incluso llevarlo a la inmortalidad pero esa lucha jamás llegó. Sus días de gloria se quedaron en 1989 y a pesar de que con su legado de multi campeón le alcanzó para superar a varios de sus contemporáneos, lo cierto es que otros tantos le sacaron una buena distancia a partir de 1990. Irse del CMLL para volverse un escalón prematuro en Triple A fue el último clavo en su ataúd. Él mismo reconoció el yerro y cuando regresó a la arena México el panorama de la lucha libre había cambiado por completo. Sus otrora espectaculares lances ya formaban parte del catálogo básico de la lucha libre y verlos en esta eran tan comunes como el sonido del pitido antes del inicio de cada lucha. Su nombre quedó grabado en la memoria de los aficionados pero fue el único de los de su camada que se quedó sin una gran historia que contar durante el llamado boom de los noventas y a final de cuentas el haber sido un campeón con predilección por apostar en las filiales de PROMECOR le pasó factura a su legado. 

El caso de Tony Salazar es muy similar aunque, en este, la memoria y las fobias de un sector de aficionados de mente tribalista se han esmerado en negar su historia y reducirlo a un inexistente luchador que nunca pasó de las primeras luchas y que jamás fue popular. Vaya idiotez. 

Tony Salazar compitió y se enfrascó en rivalidades con auténticas bestias del ring. Le tocó fajarse con Alfonso Dantés y el Dr. Wagner, tuvo la que posiblemente fue la mejor rivalidad entre un mexicano y el legendario Satoru Sayama. En su momento le tocó competir con El Perro Aguayo, El Faraón y Sangre Chicana, tipos que no tenían llenadero y que derrochaban carisma por donde fuera. En el caso de Aguayo y Chicana estos cada vez estaban más locos mientras que El Faraón tenía una dualidad que le permitía enloquecer para después dominar a su bestia interna y convertirse en un dotado técnico. Fuera por violencia, emociones, escándalo o técnica sus luchas no tenían desperdicio. Salazar los tuvo a tiro de piedra pero se le fueron. 

Seguirles el ritmo era casi imposible y eventualmente Mendoza y Salazar se rezagaron a pesar de que sus nombres siguieron repitiéndose varias veces en las biografías de aquellas tres bestias. El carisma fue factor y aunque el niño de oro pasó a convertirse en chacal, aquellos eran leones. Gracias a su módico carisma Mendoza pudo recuperar terreno y con gusto entró de nuevo a una pelea que a menudo le acercaba a los punteros pero en donde siempre le costaba seguir el ritmo. 

"¿Qué le falta a Tony Salazar?" Escribían regularmente los editores y colaboradores de las más prestigiosas revistas de lucha libre de la época a medio camino entre la desesperación y el reproche. La prensa solía argüir sus dotes, rememorar las grandes noches que había protagonizado y la calidad de sus luchas al tiempo que recalcaban la necesidad de que diera algo más -razón no les faltaba-. Quienes estamos familiarizados con la redacción de esos tiempos no negamos la verdad de esas críticas pero también entendemos que ese “algo más” se refería a una invitación abierta para irse al Toreo de Cuatro Caminos. No lo hizo y eso provocó que ya no saliera del ojo crítico del aparato de propaganda de la UWA. 

Salazar fue campeón mundial en la era en la que los villamelones dicen que los mismos “si valían” pero ahora resulta que los suyos, “no valieron” así se hubiera fajado con Satoru Sayama, El Faraón, Sangre Chicana, Alfonso Dantés, Dr. Wagner y varios más. “No valen porque él nunca hizo nada”. Que huevos.

Tony protagonizó varias buenas luchas de apuestas y en muchas de ellas él y sus rivales lograron emocionar a una pletórica arena México. El número de sus apuestas memorables es tal que ya lo quisieran muchos a los que llaman ídolos y hasta "mi infancia" pero que en realidad son puro pedo. Además representó a la arena México en los duelos entre coliseínos e independientes. En vídeo hay poca evidencia de sus logros pero ahí quedan sus luchas ante Los Misioneros de la Muerte y Herodes. 

Salazar en su momento fue el rey del tope en reversa, el mejor continuador del legado de Black Shadow y la razón por la que el Rayo de Jalisco Jr. no prendía. ¿Cómo era posible que un luchador sin linaje hiciera mejor los topes que el heredero de Max Linares? Tony tenía un gesto estético en estos que en realidad era un movimiento muy complejo y que consistía en “cabecear” tras lanzarse en un tope en reversa. Se dice fácil pero la coordinación que se requiere para hacerlo, no lo es. 

 Tony Salazar CMLL

Tony Salazar compitió en la carrera corta pero perdió la larga, eso es innegable, pero le tocó correr al lado de tres de las más grandes bestias de las que se tenga memoria. Su estrella empezó a apagarse a mediados de los ochentas y luego, tras iniciar la consolidación de la que es posiblemente la mejor generación de pesos medios de nuestra historia “reciente” -ocurrió hace cuarenta años-, esta terminó por hacerlo a un lado y eventualmente solo volvimos a saber de él hasta que se enmascaró como Ulises y se enfrascó en una rivalidad con Lizmark que lamentablemente no pegó y que por tanto no pudo revivir las carreras de ambos. 

Al igual que Lizmark padeció de problemas de salud prematuros que terminaron de acelerar el final de sus carreras. Salazar optó por continuar una faceta con la que ya se había empezado a ligar desde años atrás, esto es, la actividad tras bambalinas. Hizo sus pininos en el aparato de propaganda del CMLL, fungió como anunciador de la arena Coliseo, fue designado como jefe de seguridad e inició la noble labor de enseñar la lucha libre a las nuevas generaciones. Su historia es todo menos mediocre, al contrario, consta en los documentos de la época que fue una estrella de la lucha libre mexicana.